septiembre 26, 2010

La semilla del vampiro | Cap. 9

CAPÍTULO NUEVE
LOS OLORES DEL RECUERDO

Carlos se paseaba de un lado a otro. Siempre fue el mismo calculador para todo, incluso para encontrar las palabras exactas, punzantes y ecuánimes que hicieran un mayor impacto sobre sus interlocutores.
     Como si hubiese hecho algún truco de magia, saltó sobre el mismo sitio y le dirigió una mirada fría a Gabriel.
      —No he terminado aún el cuento de nuestra amiguita —la noche fría y el viento nocturno le zarandeaba la chaqueta—. La chica —se aclaró la garganta y sacó un cigarrillo—, disculpen… La chica de las que les hablé hace rato era mi amiga. La vi crecer. Ella, la pobre chica que ahora reposa en el Cementerio Corazón de Jesús… ella, pues, fue mi novia.
     Sus palabras volaban con el soplar del viento.
     Aquella revelación había hecho desfallecer cualquier intento por romper el silencio que se produjo en ese instante. Gabriel lo miraba fijamente. Alejandro parecía estar calmado aunque sus ojos se desdibujaban y empezaban a antojarse vidriosos. María Virginia se colocó detrás de Rafael. Sonreía. En sus líneas de expresión empezaban a dibujarse unas minúsculas sombras. Parecía envejecer a un paso acelerado. El ritmo cardíaco de Rafael empezó a acelerarse. El corazón golpeaba su pecho: pum-pum, no podía detenerlo… tampoco quería hacerlo; ese estado de angustia era el único que lo ayudaría a tener los sentidos alertas para cualquier eventualidad. María Virginia lo seguía observando con una mirada cáustica e incisiva.
     Juan tomó los hombros de Alejandro por sorpresa y le propinó un rodillazo en el abdomen, dejándolo tendido en el suelo. Rafael intentó moverse, pero unas manos heladas, casi irreales, lo sostuvieron. Eran las manos de aquello que en algún momento fue María Virginia, pero que ahora era una especie de monstruo deforme, con ojos negros petróleo, rostro pálido, grandes ojeras y un tufo de rosas y claveles que penetró las narices de Rafael.
     Entonces recordó el entierro de su abuelo. Había sido un entierro tranquilo si no hubiese sido por uno de sus tíos, quien se peleó en plena velorio con su padre. Ambos se gritaban, desconcertados, llenos de dolor. Augusto, el padre de Rafael, trataba de calmar a su hermano, pero era imposible. Al ver que ninguno de los dos atendía a las súplicas de los asistentes, Rafael se encendió en cólera y se lanzó sobre su tío, impactando contra el féretro en el que reposaba el cuerpo de su abuelo. El ataúd color caoba se zarandeó un poco y cayó al suelo, quebrándose un poco y abriéndose ambas tapas dejando al descubierto el cadáver pálido e inerte.
     Esa fue la última vez que Rafael había olido a rosas. Cada vez que a su olfato llegaba ese olor, tenía la impresión de estar en ese momento y ver levantarse a su abuelo del ataúd reclamándole lo ocurrido.
     —Eso pasó hace diez años —susurró Rafael.
     —¿Dijiste algo, cariño? —preguntó María Virginia inclinándose un poco más sobre Rafael. Casi podía rozar su oreja con los labios. El olor a rosas y claveles fue más penetrante—. ¿Sabes? Nunca es tarde para la memoria. Por mucho que intentemos no recordar un momento desagradable de nuestras vidas, algún olor, algún acontecimiento, alguna persona no los hará volver al presente. Los recuerdos son tan latentes como la vida misma, porque viven en nuestro presente.
     —Cállate.
     —No puedo. ¿Qué pasa, amigo, te duele la verdad? No hay peor ciego que el que no quiere ver. Seamos sinceros, tú, aquí, en este momento, te sentirías mejor borrando todos esos recuerdos de tu mente y yo tengo la solución.
     A continuación María Virginia soltó los brazos de Rafael, y Juan le propinó un puntapié en el abdomen.
     —Basuras —espetó Juan—, todos son unas basuras. Sobre todo tú, Gabriel. Si tan sólo no pusieras ninguna clase de…
     —Mira al cielo, imbécil —lo interrumpió Gabriel—. Faltan sólo minutos para que salga el sol.
     —Cállate —gritó Carlos—. Dime una cosa Gabriel —hizo una pausa y se agachó para hallarse de frente a Gabriel—, ¿crees en Dios?
     —Él me provee de todo lo que necesito.
     —¿Crees en la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana?
      —No soy un gran devoto a las religiones. Creer en Dios me basta. Pero, ¿qué tiene que ver con todo…?
      —Dije que te callaras —Carlos le dio una bofetada a Gabriel encendiéndole la mejilla—. Responde a mis preguntas. ¿Crees que Dios es bueno?
     Silencio.
     —Repito —dijo, levantándose de nuevo—, ¿crees que Dios es bueno?
     —Sí.
     —Oh… —Carlos sabía de antemano la respuesta, pero pareció realmente sorprendido con la afirmación—. Pues, déjame que te diga algo, mi amiguito. Si Dios fuera bueno, no permitiría que tú estuvieras aquí; tampoco aceptara que Bianca y Paola estuvieran muertas; ni mucho menos hubiese aceptado que mi novia muriera como murió. ¿Te das cuenta? ¡Maldita sea! Dios no te quiere ni a ti, ni a nadie. Dios no existe. Eres un estúpido, imbécil, que se ha plegado a las leyes de un hombre. Los mandamientos, la iglesia, las religiones, todo fue inventado por el hombre. Bien —se encogió de hombros—, si tú Dios es tan bueno, porque no te salva de esto.
     Por detrás de Carlos se levantó una ráfaga de viento y reapareció Paola tambaleándose como un zombi. Tenía más de veinte minutos en el cuarto de los generadores teniendo alucinaciones, náuseas y vómitos. Paola, la pobre Pollie, que tenía pensado irse a Europa el año próximo a hacer un postgrado en la Complutense de Madrid.
     —Esto es un milagro —dijo Carlos, elevando los brazos y la mirada al cielo, como cualquier creyente en una iglesia gritando aleluyas—. ¿No te parece esto hermoso?
     —pensó Gabriel—. Aunque tengo una mejor idea, seguro resultará más hermoso…
     —Pégate un tiro, maldito…
     No se había dado cuenta, pero la última frase había dejado de ser un pensamiento y lo dijo en voz alta.
     Para bien o para mal, con suerte Carlos no llegó a escuchar lo que había dicho. Sin embargo, lo tomó por los cabellos y lo levantó.
      —Mira —dijo Carlos—, se me acaba de ocurrir una idea. Tú mismo lo acabaste de decir —lo soltó de los cabellos y Gabriel cayó al suelo colocándose las manos sobre la cabeza. El dolor en el cuero cabelludo era intenso. —Esta noche se debe cerrar con broche de oro, por lo que le daré a Paola los honores de ser ella quien termine convirtiéndolos en mis súbditos. Se los dije, para antes del amanecer ustedes serán parte de mi legión.
     —Púdrete —replicó Rafael—. Púdrete, maldito bastardo.
     Carlos le hizo una señal a María Virginia y ésta obedeció en el acto. Cogió a Rafael por ambos brazos y le hincó los colmillos en la garganta. Dos gotas, delgadas y tibias chorrearon por la nuca de Rafael mientras éste trataba de soltarse, agonizando. Gabriel intentó quitársela, pero Juan le cogió por sorpresa y le asestó un puntapié en la barbilla haciéndolo caer de bruces al suelo.
     Alejandro, que esperaba el momento oportuno para atacar, se levantó agresivamente y arremetió contra Mónica que aguardaba detrás de María Virginia. Juan intentó cogerlo por los brazos, pero se le zafó y le asestó un golpe rápido en la nariz. Juan se calentó y se transformó en un vampiro sediento de sangre; sacando a relucir sus largos y afilados colmillos. Su nariz sangraba.
     Todos se miraban fijamente, como esperando quien se moviera para empezar la pelea, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. Carlos, quien parecía el más cauteloso, desapareció y volvió aparecer por detrás de Alejandro, tomándolo por sorpresa le clavó los colmillos, haciéndolo soltar un vociferante grito.
     —Ahora todos quietos —advirtió Carlos con los labios y dientes manchados de sangre—. ¡Paola! —Le gritó y ésta reaccionó con nerviosismo—. Encárgate ahora mismo de Gabriel, debemos terminar con esto antes del amanecer. Tómalo, hazlo tuyo… ¡Tómalo!
     Carlos empezó a reír frenéticamente.
     Paola seguía desconcertada. Dentro de ella se debatían muchas posibilidades: correr y abandonar a sus amigos; pelear y hacerles frente a todos los vampiros a costa de su propia vida (o lo que quedaba de ella); entregarse al destino y terminar de una vez por todas con todo eso, quitarle la vida a Gabriel y pasar a formar parte de la legión.
     No, otra vez no, no quiero volver a vomitar, pensó.
     Sentía su estómago débil. Detrás de todo lo que estaba ocurriendo veía las imágenes de los vampiros casi irreales, la voz de Carlos, gritándole: «Acaba con ellos, maldita sea», era como un toca disco trabajando a 33 r.p.m. Por otro lado, veía a Gabriel en el suelo escupiendo sangre por la boca. La imagen se transformó en blanco y negro hasta que algo la devolvió a la realidad —si es que algo de todo eso no era realidad, sino un conjunto de ilusiones producto de un día agotador.
     Quien la había tomado por los brazos era Juan. La hizo entrar en un abismo de imágenes, un lugar parecido a un cuarto oscuro en el que se revelan fotografías. Una habitación oscura con un bombillo rojo. La imagen se difumina y entra una nueva, un cuchillo ensangrentado en el suelo de una cocina, una cocina llena de platos y vajillas sucias, una cocina que sin lugar a dudas era… la vieja cocina del campamento 38.

Paola recordó el viejo campamento al que fue enviada por sus padres en el verano del 89. Soplaba un viento espeso y caliente sobre un montón de árboles. Algunas hojas se esparcían por todos lados con el menear del viento y los excursionistas producían un crujido seco al caminar sobre la hierba. Detrás de un montón de carpas montadas, llenas de cavas «COLEMAN» con la comida para quince días de vacaciones, unas bolsas de dormir y varios morrales de montaña, se hallaba un pequeño arrollo de agua dulce. Un río helado en el que se veían obligados todos los niños del campamento a hacerse la higiene todas las mañanas.
     Una noche, caminando a solas por uno de los estivales días de campamento, Paola se halló frente a frente con su pesadilla infantil: una mujer de ojos vidriosos, cabello largo y canoso, rostro arrugado y demacrado, y tan alta que a Paola le daba la impresión de que, aquella señora, medía casi tres metros, y que esa noche llegaría sin dificultad a la cima de aquellos árboles que se inclinaban y que parecían tocar el firmamento.
     La imagen se distorsionaba como cuando se pasan los canales del televisor y sintoniza pura estática. Intentó correr y olvidarse que detrás de ella venía aquella figura desgarbada corriendo a toda velocidad… pisándole los talones.
     Sus piernas en un principio no reaccionaban, hasta que logró soltar un vociferante grito, y todos los niños del campamento salieron corriendo hacia las tiendas en búsqueda de sus linternas para inmediatamente internarse en el bosque.
     «El grito viene de allá —dijo uno.»
     «Parece la voz de una chica —aseguró otro—. Se parece a la voz de Paola.»
     «Corramos por este lado —indicó uno de los guías asistentes del campamento—. No debe estar lejos.»
     Estuvieron buscando cerca de cuarenta y cinco minutos por todo el espeso bosque. Aunque era verano, por las noches solía hacer mucho frío, y suficiente niebla como para imposibilitar ver el camino. Las linternas iluminaban hasta cierta distancia y penetraba en la niebla como una hojilla en una tela.
     Por fin encontraron a Paola, sentada, aferrada de sus dos piernas contra el pecho, moviéndose hacia delante y hacia atrás. Parecía haberse vuelto loca. Varios de los guías  buscaban hacerla volver en razón, pero ninguno tuvo éxito. No fue hasta después de nueve horas que Paola logró decir lo que pasó. Y aunque todos aseguraban que por esos lados no había una mujer de semejantes características, ella seguía empeñada en que había sido real.
     No fue la última vez que Paola vio aquella mujer; todas las noches solía tener un ritual antes de dormir: cerrar el closet, encender el televisor, asegurarse de que debajo de la cama no hubiera nada, y después de apagar la luz, pegar un brinco hacia la cama para inmediatamente taparse con la corcha de la cama.
     Después de haber tenido esa visión de niña, creía que aquella figura la perseguiría por el resto de su vida, que se escondía todas las noches debajo de su cama y que esperaba a dormirse para agarrarle los pies con sus garras largas y frías.

                                  
Ahora, aquellas manos frías y húmedas de Juan estaban sobre Paola, trasladándola a su niñez. Nunca es tarde para la memoria. Por mucho que intentemos no recordar un momento desagradable de nuestras vidas, algún olor, algún acontecimiento, alguna persona no los hará volver al presente. Los recuerdos son tan insistentes como la vida misma, porque viven en nuestro presente.
     —Nos darás ahora mismo el jodido gusto de ver cómo matas a tu amigo, Paola.
     Paola miraba el cuadro terrible que se presentaba ante sus ojos: Gabriel arrojado en el suelo, sangrando, a la espera de ser devorado por su propio amor. ¿Quién era ella para hacerlo? Desde que se conocieron, Paola tuvo la certeza que terminaría casándose con Gabriel, pero las cosas nunca suceden como uno las planea. A veces terminan revocados a un conjunto de imágenes parecidas a lo que se creé que pudo ser, pero nunca iguales. Paola experimentó el anhelo de sentir sus besos, sus caricias… aunque fuese la última vez.
     —Espera un momento —dijo Paola, con voz cascada—. Esto me parece patético, Carlos.
     La perplejidad iluminó el rostro de todos. Carlos soltó el brazo de Paola con gesto arrogante. Si lo que estaba pasando por la mente de la chica era ayudar a sus amigos, Carlos lo descubriría.
     —Mátenla —ordenó Carlos.
     María Virginia fue la primera en dar unos pasos al frente. Paola creía verla como una especie de presencia fantasmal, flotando, desfigurada, mostrando sus colmillos ensangrentados.
     —Es una lástima, Paola —dijo María Virginia—. Pudiste ser una buena vampiresa.
     —… —Paola mostró una sonrisa sarcástica y le propinó un puntapié en el rostro a María Virginia, haciéndola caer de bruces al suelo—. Ignorante.
     —¿Q… qué?
     Carlos miraba la escena atónito.
     —Creo que lo soy —se dijo Paola a sí misma.
     Intentaba acercarse hasta María Virginia para asestarle otro golpe, pero Carlos la tomó de los cabellos, propinándole una fuerte zarandeada. Paola trataba de soltarse, pero le era imposible, Carlos la presionaba con más fuerza.
     —¿Y ustedes que esperan…? —Preguntó Paola a sus amigos—. No tengo todo el día, corran.
     Juan se aferró a Alejandro por la espalda y lo arrojó al suelo. Mónica intentó hacer lo mismo con Rafael, pero en vez de eso, se resbaló y cayó al suelo. Rafael sujetó la cabeza de Mónica y miró a Carlos con ojos cáusticos.
     —¿Crees en el Diablo, Carlos? —le preguntó Rafael; sujetó bien la cabeza de Mónica, y le dio una vuelta fulminante, desnucándola, seguido de un crujido de vértebras.
     Mónica desapareció frente a todos dentro de una nube de polvo oscuro.
    Carlos arrojó al suelo a Paola con fuerza. Se acercó a Rafael y le dio un golpe en la cabeza. Mientras tanto, Gabriel trataba de ayudar a su amigo Alejandro, dándole golpes a Juan por la espalda, la cabeza y todos lados.
     —¡Deténganse todos! —vociferó Carlos.
     Todo pareció congelarse, como si sus palabras fueran mágicas.
     —Está bien —dijo—, está bien. Juan—le arrojó una mirada lacerante—, deja al chico en paz. Deja que se vayan.
     —Nunca —replicó Juan.
     —¿Nunca?
     —Nunca. Estos infelices antes del amanecer terminaran muertos.
     —Creo que no estás entendiendo nada, Juan. Quienes terminarán muertos somos nosotros, por si no te das cuenta está a punto de salir el maldito sol.
     —Esto será rápido.
     Juan penetró sus colmillos en la nuca de Alejandro, casi sin darle tiempo a reaccionar. Gabriel intentó ayudarlo, pero Carlos le asestó un fortísimo golpe en la cabeza, dejándolo inconsciente.
     —Vamos —dijo Carlos con insistencia—. Ya casi amanece.
     —¿Y Gabriel? —preguntó María Virginia.
     —Déjalo, ya nos ocuparemos mejor de él. Y… Paola —dirigió la mirada hacia ella—, puedes venir conmigo y ocultarte con nosotros. Debo decirte que ahora eres parte de La Legión… quieras o no.
     —Así es —dijo Juan—, no creo que sea saludable para ti los rayos del sol, nena.
     Paola ahora se encontró ante un nuevo abanico de posibilidades: Quedarse hasta el amanecer, dejar que los rayos del sol penetrarán su cuerpo, o huir con sus nuevos amigos, los vampiros.
     —Vamos, Paola —insistió Carlos.
     La chica echó un vistazo a todo su alrededor y salió corriendo del lugar junto con los demás.
     A los pocos minutos, el cuerpo de Alejandro empezó a prenderse en llamas, consumiéndolo por completo. Paola pudo escuchar los gritos a cierta distancia, en lo profundo del sótano donde se ocultaron los vampiros. Los gritos retumbaban en las paredes hasta volverse ecos y difuminarse en el Paramount.
    Rafael fue el único en presenciar la muerte de su amigo. La última imagen que tuvo de Alejandro fue la de estar envuelto en llamas, gimiendo, pidiendo a gritos ayuda, pero lamentablemente Rafael no lo pudo ayudar.

-FIN-

Epílogo
Nos movemos en círculos,
balanceados todo el tiempo,
sobre el destello del filo de la cuchilla.

Una esfera perfecta
chocándose con nuestro destino.
Esta historia acaba donde comenzó.


DREAM THEATER

8 escritos rotos:

Ricardo J. Román dijo...

¡Hola a todos!

La semilla del vampiro terminó. Aunque el final fue bastante drástico, se espera una segunda parte. Aunque esa segunda parte se haya postergado por más de nueve años. De todas formas, he preparado un epílogo especial para la versión en PDF, que saldrá publicado en este blog la próxima semana.

Gracias a todos por comentar y seguir la historia con interés. Fue de mis primeras novelas cortas escritas.

¡Hasta entonces!

marly dijo...

D: como termina t.t la verdad quede sin palabras por ese final D: me gusto mucho y espero el epilogo que me enganche bastante ><
besos!

Almenara dijo...

Aun no termino leerla voy el por cap 7 XD... Y cuentame esa novela la registraste?, es excelente (:

paulav dijo...

espero leerla mas detenidamente entera cuando tenga un respiro pero me encanta! :)
ojala tuviera la paciencia y capacidad para escribir algo asi ^^
por cierto, gracias por tus comentarios!

Ricardo J. Román dijo...

Almenara, la Sociedad de Escritores Venezolanos, con sede en el Estado Zulia, mantiene muchos de mis escritos registrados. Estuve trabajando en una versión extendida de esta novela para llevarla a distintas editoriales que les interese la novela. Publicarlo acá tiene dos intensiones, compartirlo con ustedes y que sean críticos de mi novela, a fin, de ver cuánta captación tuvo.

Romina dijo...

muchas gracias por tu comentario, mas tarde leere tus textos con calma, se ven muy interesantes :D

saludos!

La guardadora de oxígeno dijo...

Siento no haberme pasado por tu blog últimamente. He leido lo que te ocurrió con el antiguo, y es auténticamente una pena :S
Me alegro de volver a pasarme por aquí, y lo haré muy a menudo.
Un saludo

ARIADNA dijo...

impactante e inesperado final¡¡¡ yo si espero con ansias la segunda parte me niego a pensar que termina aquí...
me atrapaste de principio a "fin"
un abrazo enorme

 
 

El Bosque

Mi primera novela El Bosque (2.001), en pequeñas entregas semanales. Podrás descargarlas de forma gratuita en formato PDF, muy pronto.

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