septiembre 20, 2010

La semilla del vampiro | Cap. 5

CAPÍTULO CINCO
DILUCIDANDO VERDADES

Las escaleras se hallaban junto al ascensor. Eran escalones angostos y mugrientos, llenos de desperdicios.
     —Al parecer alguien trató de poner en funcionamiento esto —dijo Gabriel tratando de hacer un esfuerzo por mantener la respiración. Todo el resto del edificio estaba infectado por un olor desagradable y endemoniadamente fuerte. El olor del amoníaco parecía ser un perfume en comparación con ese olor—. La puerta del ascensor está abierta en el primer piso, pero el elevador se encuentra en el último.
     —Quizá fueron los mismos detectives en su investigación —murmuró Bianca—. Eso no tiene nada de particular.
     —Probablemente —dijo Gabriel—. Este lugar apesta. El aire viciado con olor a quemado penetra en mi nariz como alfileres invisibles.
     A continuación, subieron los escalones que daban al segundo piso, exactamente donde vivió la familia Espinoza. Frente a la puerta del apartamento, todos se quedaron paralizados, sin aliento. Se pegaron a la pared, y fueron pasando uno por uno, tratando de no acercarse mucho, y siempre mirando hacia la puerta por si alguien salía de ella. Alejandro se imaginó un rostro achicharrado con olor a carne calcinada saliendo por la puerta.
     En un tiempo la puerta debió tener un color rojizo como caoba pulida; ahora solamente guardaba un color oscuro que producía una sensación extraña de vacío.
     Caminaron hasta el siguiente piso. Rafael y Alejandro caminaban sobre el piso tapizado de botellas y vidrios rotos, haciéndolos crujir con los zapatos. A ratos volteaban hacia atrás para cerciorarse de que sus amigos los siguieran. Caminaron hasta encontrarse con la puerta del tercer piso.
     —Esperen —alertó Paola —. ¿Escucharon eso?
     Todos guardaron silencio.
     Un sonido ululante se escuchó por encima de ellos. Quizá venía del piso cuatro o cinco… No más de eso.
     —Tengo miedo —confesó Paola. Sus ojos parecían brillar con más fuerza.
     Subieron otro poco hasta escuchar unas pisadas provenientes del piso inferior. Las voces de dos personas despertó el interés de Gabriel.
     —No se muevan —les advirtió. Todos se quedaron quietos—. Escuchen…
     Las personas conversaban en el piso de abajo, sin reparar en la presencia de los muchachos que aguardaban arriba, en completo silencio.
     —Viene alguien —aseguró Bianca—. Son dos hombres y vienen hacia acá.
     De pronto los hombres se callaron.
     —Alguien está aquí —dijo uno de ellos—. Puedo olerlos.
     Gabriel les sugirió a todos subir lo antes posible, sin mirar atrás. Los hombres, convencidos en la presencia de los intrusos, subieron deprisa para darles alcance.
     En el piso seis una puerta se abrió y todos entraron y la cerraron. Todo estaba bañado en sombras, sin embargo, todos estaban allí, jadeando, nerviosos, llenos de terror.
     Los hombres pasaron de largo frente a la puerta.
     —¿Qué fue eso? —preguntó Bianca.
     —No lo sé, pero casi nos alcanzan, sino fuera porque este apartamento estaba abierto.
     —Cierto —dijo Rafael, y tras una breve pausa, añadió—: ¿Qué hace este apartamento abierto? ¿No se supone que todos estaban cerrados por las investigaciones? Por lo menos eso deben hacer los funcionarios policiales cuando…
     —Esperen… —dijo Paola, jadeando todavía—. ¿No se dieron cuenta? Esos tipos que nos seguían, corríjanme si no estoy en lo correcto… pero volaban o no tenían pies. Durante la carrera estuve todo el tiempo detrás de ustedes, y nunca escuché los pasos de nadie, sólo susurros.
     —Es cierto —convino Rafael—. Yo estaba rozando los talones de Paola, y nunca escuché pasos detrás de nosotros.
     Gabriel observó la entrada del apartamento. Todo estaba vacío. Las paredes estaban ennegrecidas como el resto del edificio. El aire se respiraba con mucha dificultad. El olor era intolerable. La habitación parecía un inmenso horno gigante; una especie de caldera.
     Gabriel recobró completamente el aliento. Todos se levantaron, intentando mantenerse de pie. Entraron en la sala. Después de tantos años, por alguna extraña razón, aquella sala conservaba un ambiente familiar. No obstante, algo siniestro e inexplicable se encontraba dentro. Paola tuvo el presentimiento de que algo malo vivía en la profundidad de esa oscuridad. Algo con vida propia, como si la oscuridad tuviera un pulmón propio y respirara por sí misma.
     —Creo que hicimos mal en entrar aquí —dijo Gabriel mirando de reojo todo el lugar.
     —¿Hicimos mal dices? —preguntó Alejandro.
     La puerta que conducía a las habitaciones estaba cerrada al igual que la puerta de la cocina.
     Bianca intentó abrirla, pero Paola la tomó de un brazo suavemente, como impidiendo que hiciera tal cosa.
     —Por lo menos todos tenemos celulares —dijo Paola. Sacó el suyo del bolsillo derecho del pantalón.
     Se encogió de hombros.
     —Aunque no creo que sirva de mucho… —añadió.
     —¿Qué pasa? —preguntó Bianca.
     —Está muerto. No hay señal.
     —No puede ser.
     Gabriel registró su bolsillo, y dijo:
     —Mi celular tampoco tiene señal.
     La cordura de Paola colgaba de un cordón invisible que sostenía, por un extremo, la realidad, y por otra, la locura. Mientras, Bianca pensó que todo se trataba de una pesadilla o una broma de muy mal gusto. No obstante, recordó el cuento de su abuela acerca de las casas de antaño. La abuela Tita, quien compartía el mayor tiempo con su nieta Bianca, le dijo una vez: «Las casas siempre conservan el olor de sus dueños. La casa respira y sueña con nosotros. A medida que vivimos en ellas se alimentan de nuestra energía. Son identidad de lo que somos y seremos.»
     —Creo que no se percataron de otra cosa —dijo Gabriel al cabo de un rato. Todos se miraron—. Me pareció haber escuchado la voz de Carlos.
     —¡No me jodas! —exclamó Alejandro.
     —Es cierto —agregó Paola—. Tuve la misma intuición. Sin embargo, su voz no era realmente la suya. Había algo en su timbre de voz. Diferente, quiero decir.
     —Bien —interrumpió Gabriel—. Debemos salir de la casita del horror. Este sitio me vuelve loco. Asimismo buscaremos a Carlos, y que él mismo nos explique qué es lo que estaba pasando. Y…
     Se escuchó el sonido de una puerta cerrándose. En el umbral de la puerta de la sala había dos mujeres, paradas, mirando fijamente a los muchachos.
     —…y lo mejor será encomendarse a Dios —completó una de las mujeres, como salidas de una película gótica, vistiendo hermosos trajes negros con corsé y esbeltas figuras.
     Bianca intentó gritar, pero Rafael ahogó el grito con la palma de su mano.
     —Excelente —dijeron las dos mujeres al unísono—. Gracias por hacerla callar. Nos perturban los gritos.
     —¿Quiénes son? —intervino Gabriel aparentando cierta valentía.
     —Somos lo que buscan —dijo una.
     —Aventura —intervino la otra—. Somos la aventura que desearon experimentar, de lo contrario, no estarían aquí.
     —Creo que se equivocan. Nosotros…
     —Ustedes son unos idiotas —dijo una.
     —Bien, nunca desconfiaron de sus impulsos por buscar seres de otro mundo —dijo la otra.
     —Así que ustedes creen en los fantasmas, en las casas poseídas.
     —Ahora serán testigos de una nueva y original aventura.
     —Tal como lo esperaban.
     Soltaron una carcajada siniestra.
     Resultaba curiosa la forma de intercambiar los diálogos, como si una completara los pensamientos de otra.
     La luz proveniente de la calle desnudó los hermosos rostros de las mujeres. Llevaban los labios pintados de color rojo y la ropa era un contraste entre violeta y negro.
     —Mi nombre es Mónica y mi amiga se llama María Virginia.
     —María Virginia Espinoza —dijo Gabriel.
     Paola se aferró al brazo de Gabriel.
     —Vaya, resulta que soy famosa —dijo María Virginia.
     —¿Cómo sabes su nombre? —preguntó Paola.
     —María Virginia Espinoza es la chica que supuestamente se quitó la vida aquí unos años después de la tragedia. Suicidio que…
     —Nunca ocurrió —interrumpió María Virginia—. Les hice creer a todos que estaba muerta para no matar a mis padres, mi familia o cualquiera que conociera mi verdadera identidad. Antes de entrar aquí y cuadrar lo que sería mi supuesto suicidio estuve escondiéndome en las oscuras esquinas de mi habitación —hizo una pausa y se encogió de hombros, luego añadió—: en mi propia casa. Mis padres pensaron que estaba perdiendo la razón. Reservaron un espacio con una psiquiatra, amiga de la familia. Pero no era cuestión de psiquiatras. Nada de eso. No estaba enferma. Estaba tan sana como tú, como cualquiera de ustedes. Solamente que mi sangre era… diferente a la del resto de las personas, estaba… mmm… cómo decirlo… ¿envenenada? Sí, eso es, envenenada. Por esa razón tuve que hacer lo que hice. Y, ¡vamos que mi funeral fue precioso! Por lo menos la lápida quedó bellísima.
    —Entrar en este mundo oscuro fue todo un ardid para matar a Juan Uribe —dijo Gabriel—. ¿Qué eran? ¿Novios?
    —Ja, ja, ja, muy inteligente, Gabriel, pero lamento que no sucediera así. Juan sí intentó suicidarse. Corrió con mucha suerte. Se encontró con Mónica en el camino. Ella le enseñó la otra cara de la moneda. El destino es para los infelices. No puedes pasarte la vida pensando que todo en la vida está escrito. En tus manos está elegir siempre. Ah, y no éramos novios.
     —¿Y entonces?
     Todos los demás seguían con interés la conversación, como abstraídos por una novela fantástica del siglo XIX.
     —Entonces —dijo Mónica—, yo le mostré el camino de nuestra verdad a Juan. El camino de la oscuridad y de la felicidad eterna entre las sombras.
     —Me están tratando de decir que ustedes son…
     Ambas afirmaron con la cabeza.
     Bianca logró zafarse del miedo y salió corriendo. Apartó de un empujón a las mujeres, pero alguien la tomó del cuello con mucha fuerza. Sus ojos se enrojecieron. La mano que apenas nacía en la oscuridad la arrojó con violencia hacia una pared, desplomándose como un saco de arena al suelo.
     Las sombras se despegaron del cuerpo de la persona. Era Carlos.
     Todos gritaron al unísono: «¡Bianca!»
     María Virginia y Mónica soltaron una risa malévola.
     —Bienvenidos—dijo Carlos.
     Bianca se encontraba tumbada en el suelo con los ojos vidriosos. Por suerte el golpe no la mató.
     Carlos traía puesta una chaqueta de cuero negra, el cabello largo y suelto. Parecía un modelo rock star de la revista Metal Hammer.
     Alejandro apretaba tan duro los puños que sentía romperse las manos.
     Carlos sonrió y miró a las mujeres, sus súbditas.
     —Parece que nuestros amigos vieron un fantasma.
     Detrás de Carlos, una sombra se levantó. Era Juan, el muchacho que todos daban por perdido, apareció con un cigarrillo encendido en la comisura de los labios.
     —Por fin nos vemos las caras, Gabriel —dijo Juan.
     —No tengo nada que ver contigo.
     —Te equivocas —lo atojó Carlos—. Tienes muchísimo que ver con él. ¿Recuerdas aún la discusión que tuvimos sobre abandonar toda esperanza de ver toda esa mariconada de fantasmas, hombres lobos, vampiros…?
     «Vampiros, sobre todo eso», pensó Gabriel.
     —En fin, todas esas putadas que tantas veces nos dijimos que existían, pero que yo particularmente me negaba a aceptar.
     —Y ahora formas parte de él…
     —Sea como sea, parte de él o no, se siente fascinante. Todo ha sido un truco, una maldita trampa que venía fraguándose desde hacía mucho tiempo. Al final todo marchó como quería. —Carlos extrajo del bolsillo de la chaqueta una cajetilla de cigarrillos, sacó uno y lo colocó en sus labios. Buscó la lumbre en otro bolsillo y lo encendió. La llama alumbró una parte de su rostro. —Hace unos días caminaba sin rumbo por estos lados y alguien me llamó por mi nombre. Era una espectacular mujer. Toda una mujer. María Virginia. Claro, para ese momento no estaba ni cerca de conocer lo que sé, y reconozco que caí por tonto, pero ahora, me di cuenta que era… —hizo una pausa reflexiva, y después de expulsar una bocanada de humo culminó la frase—…  el «Elegido».

Una noche, los padres de Carlos lo dejaron a cargo de su hermano menor. Ellos tenían un compromiso importante, y no encontraron a nadie quien los cuidara por unas horas. Carlos tenía nueve años y su hermanito tres años menos.
     Era una noche cálida, mejor dicho, caliente. Afuera hacía un clima de treinta y siete grados. El pavimento ardía después de una tarde de mucho sol.
     Eran las siete menos diez de la noche. Los niños veían la TV en la sala. La lucha libre. Carlos miraba con asombro las acrobacias y la dinámica y divertida lucha entre hombres corpulentos, sudorosos, descargando toda su furia contra su contendiente.
     Unos minutos más tarde, Carlos se levantó y le dijo a su hermanito:
     —Ven, Robert, juguemos a la lucha libre.
     El niño, en su inocencia, se levantó y se abrazó a la cintura de su hermano para tratar de derribarlo. Para él era como tratar de tumbar un edificio. Carlos siempre fue un chico alto, el más alto de su salón. Se reía a carcajada limpia. Cansado de ver a su hermanito, lo tomó por la espalda y le dio media vuelta, elevándolo por los aires hasta impactar con la alfombra.
     Robert no sonrió, no se levantó, no pidió hacerlo otra vez…
     Robert había muerto.
     Una convulsión cerebral, aseguraron los doctores.
     Sesgó la vida de su pobre hermanito en un acto de destreza infantil.
     Aguantar el remordimiento de conciencia, a los once años, adoptó nuevas y perversas costumbres: torturar animales. Le gustaba agarrar lagartijas y cortarles la cabeza, para luego jugar al cirujano con ellas, abriéndolas de par en par, y descubrir sus entrañas. Los gatos corrían con la misma suerte. El último gato que asesinó lo amarró al radiador del carro de su padre.
     Su madre siempre dijo que eran cosas de niño.
     Claro.
     A los quince años formó parte de una banda de heavy metal. Tocaba la guitarra eléctrica y componía canciones. La banda empezó a experimentar grandes cambios debido al comportamiento irracional de Carlos. Todos comentaban lo chiflado que estaba el chico, y que llevaría, sin dudas, al mismísimo infierno a la banda. Así fue. Una tarde cuando sus compañeros iban a ensayar, encontraron la habitación y los instrumentos quemados.
     Nunca se adjudicaron pruebas en contra de Carlos.
     Después de unos años, Carlos entró en la secundaria y se hizo amigo inseparable de Gabriel. Quizá el único buen amigo que tuvo hasta entonces.

     —¿Por qué te haces llamar el elegido? —preguntó Paola.
     —Verás, yo…
     Clic.
     Un sonido se escuchó por detrás del hombro de Carlos. Juan encendió un cigarrillo.
     —Yo lo explico si me permites —dijo Juan.
     Carlos hizo una genuflexión.
     —Deben entender una cosa, y no es que me jacte en decirlo, pero suena hermoso… —hizo una pausa—… Todos ustedes decidieron hoy morir. ¿Por qué? Pues tiene una explicación lógica. Carlos ha sido el elegido desde su nacimiento para formar «La Legión». Una legión en la que todos formaremos parte, como una fraternidad; aunque claro, deben entender que en toda fraternidad debe existir un líder, pues, Carlos es nuestro líder. Él fue quien recibió la «Llama Sagrada», o llamémoslo mejor, el «Beso del Vampiro». Es sólo una metáfora, obviamente, nadie ha besado a Carlos, pero dentro de él existe el espíritu que nos gobierna. Su alma es tan… jodidamente macabra, como la del propio Lucifer.
     —Entiendo ahora —dijo Gabriel—. Si necesitan crear una legión, nos necesitan a nosotros para definirla, por decirlo de algún modo. Quiere decir que seremos como ustedes. Nos convertirán.
     —Que bien, genio, ¿qué otra cosa sabes?
     —Una sola… que no morirá nadie aquí.
     Mónica y María Virginia se miraron. Rieron. Sus rostros se empezaron a retorcerse. Sus ojos eran ahora dos brazas encendidas en el fondo de los ojos. De sus dientes renacieron dos afilados y largos colmillos.
     —De todas maneras que se resistan lo hace más divertido —dijo Carlos, aplastando la colilla del cigarrillo con la planta de sus botas negras y puntiagudas—. Pero antes que ustedes hagan cualquier cosa, quiero mostrarles algo. ¿Me acompañan?
     El grupo se miró con aire dubitativo, pero accedieron a seguirlo.

7 escritos rotos:

Almenara dijo...

Yo insisto me agrada el papel de Carlos...

marly dijo...

estaba leyendo y sonaba la ventania del msn y no queria responder y aaa!!! cerre secion sin ver ningun mensaje ni responder nada
creo que te respondo todo con eso, no pude quedar mas enganchada xdd
besos!

Ricardo J. Román dijo...

Gracias por sus comentarios. Estamos entrando al final de esta novelita corta que escribí con tanto esmero hace tantos años... mi primera creación. Me siento nostálgico :)

¡Saludos!

Anónimo dijo...

Estos días no tengo conexión por problemas del router y algo mas del pc, he hecho una escapada y tomado prestado este ordenador para dar un vistazo por aquí, ya que no puedo estar mucho tiempo despegada de los blogs, y bueno, espero ponerme al día con tu novela que me atrapó desde las primeras líneas ;-)

Muackss!!

Ricardo J. Román dijo...

Gracias Nieves, eres un amor. Besitos.

ARIADNA dijo...

HOLA¡¡¡
PERDONA PERO POR FALTA DE TIEMPO NO PUDE LEERLA PERO TE PROMETO QUE MAÑANA VENGO Y LA LEO COMPLETITA, ESTA NOVELA VALE PENA LEERLA Y ANALIZARLA ESTOY SEGURA, TE DEJO MIL BESITOS.
Y NUEVAMENTE DISCULPAME SI????
UN ABRAZO

Josefina dijo...

me encantaaaa. seguila ya!

 
 

El Bosque

Mi primera novela El Bosque (2.001), en pequeñas entregas semanales. Podrás descargarlas de forma gratuita en formato PDF, muy pronto.

Libros recomendados

  • Adolfo Bioy Casares - La invensión de Morel
  • Edgar Allan Poe - Narraciones extraordinarias
  • Javier Marías - Mañana en la batalla piensa en mí
  • José Saramago - Ensayo sobre la lucidez
  • Mempo Giardinelli - Imposible equilibrio
  • Orhan Pamuk - Nieve
  • Ray Bradbury - Fahrenheit 451
  • Stephen King - Un saco de huesos
  • William Faulkner - El sonido y la furia

Escena Final

Escena Final narra la historia de dos amigos que deciden realizar películas de terror y compartir un sueño, asustar a todos con especies de espectáculos reales, pero las cosas se tornarán difíciles cuando empiecen a jugarse la vida en la última escena.

Sobrevivientes pronto en PDF

Sobrevivientes, mi nueva novela, podrán disfrutarla en formato .pdf en unas semanas. La versión digital ofrecerá un par de capítulos distintos al original que guardo en mi gaveta y espero llevar a una editorial muy pronto. La novela narra la historia de un grupo de personas que deciden escapar de una ciudad infectada por un extraño virus que afecta, principalmente, el agua.